Reformar o morir, por Franco Gonzales Mejia


El reciente escándalo de audios que compromete a miembros de la Corte Suprema, el Consejo Nacional de la Magistratura, congresistas y otros personajes, ha ratificado la existencia de un sistema institucional que permite a los funcionarios públicos traicionar la confianza del pueblo, saquear sus recursos y quebrar moralmente al Perú bajo la fachada del Estado de derecho. Lastimosamente, en ello también se resumen las últimas tres décadas de política en este país. La corrupción siempre estuvo presente, pero hubo agentes que llevaron la decadencia hacia niveles de récord internacional, como Alan García y el indultado Alberto Fujimori. En ese sentido, la caída del régimen fujimontesinista en el 2000 debió significar un antes y un después para la historia del Perú. Eso jamás ocurrió. El Gobierno de Toledo tenía entonces un cheque en blanco para llevar a cabo importantes reformas como la del sistema de justicia. Tenía el escenario ideal, con un fujimorismo golpeado a raíz de la fuga de Fujimori y vladivideos que demostraban la podredumbre moral del régimen caído. Pero Toledo era incapaz de hacerlo. Primero, porque no sabía cómo, y, segundo, como el tiempo lo demostró, porque él también era corrupto. Cometimos el garrafal error de creer que la corrupción sólo apellidaba Fujimori, cuando ésta en verdad se encontraba en la praxis de los falsos héroes de la democracia en quienes ingenuamente creímos.

Estos falsos héroes vinieron y sobreviven hasta hoy, con diferentes discursos y caretas, con variadas propuestas ideológicas, políticas y económicas. El personaje podía variar. Fuese Toledo, Garcia, Humala o Kuczynski, el común denominador era el mismo: se mantuvo el precario e ineficiente sistema de justicia y se reafirmó la corrupción dentro de las instituciones. Y mientras estos traidores, esclavos de la mitomanía y la codicia, recibían coimas de Odebrecht para sacar contrataciones con el Estado, la señora K se hizo fuerte en los interiores del país, en las narices de todos nosotros, y, con ella, se fortaleció a nivel nacional la monstruosa organización política a la que conocemos como Fuerza Popular, "la fuerza número uno" del Perú. Permitimos que Keiko y su hermano Kenji se pasearan por todo el país corrompiendo la voluntad electoral de nuestro pueblo, necesitado de verdaderos cambios, mediante entregas de tapers, cocinas, aceite y arroz. Permitimos que hicieran campañas millonarias con dinero mal habido y que nos contaran que se recaudó con cócteles. Nunca les ganamos la guerra en el terreno social y político. Y es así como 16 años después de la caída del fujimorismo, este volvió a ser mayoría en el Congreso de la República.

El resto de la historia la conocen. La corrupción nos ha herido en lo más íntimo que tenemos como colectividad, la defensa de la dignidad humana y la búsqueda de justicia social. No hay ya honor en el servicio a tu país, menos aún existe el deber patriótico y de honradez que debería caracterizar la función pública. Todo eso muere cada día. Muere con cada arreglo bajo la mesa, con cada Hinostroza negociando la sentencia del violador de una niña, con cada Walter Ríos buscando un cargo para su esposa, con cada Iván Noguera ratificando a un juez a cambio que le compren entradas para su concierto musical, con cada Cervantes Liñan que ha mercantilizado la educación universitaria creando una red de corrupción que llega hasta el Congreso. Estamos infestados de su crueldad y su apatía. Estamos atragantados de esta basura que se cobra víctimas en el mundo real.


La gente siente el golpe y el dolor se va a materializar en protesta. Es por ello que la oportunidad que se nos está brindando es única. Hace 18 años cometimos el error de no liquidar la corrupción, que no se repita. Aprovechemos que la suciedad está siendo ventilada para atacar estratégicamente a los corruptos. Desde el año 2000 el fujimorismo no había estado tan debilitado como hoy. Los hermanos Fujimori están divididos y ambos siendo investigados por presuntos delitos graves. La mayoría naranja en el Congreso esta desprestigiada y se ha apuñalado así misma ante los ojos de la opinión pública. Sin embargo, sería un error creer que, solamente eliminando la influencia social y política del fujimorismo, el Perú se habrá salvado de la muerte. Dado que ellos sólo representan uno de los tantos tumores de un cáncer llamado corrupción que ya se hizo metástasis. Es por eso que debemos ser cautelosos con el oportunismo político de algunas agrupaciones, de izquierda y de derecha, que quieren aparentar ser impolutas, cuando fueron y siguen siendo parte esencial del problema. La reforma genuina pasa por vencer a toda la corrupción, sin importar su tinte político o ideológico. Sea el fujimorismo, el alanismo, los caviares, la derecha indiferente o la izquierda radical. Es el momento de reformar el Perú y darles a todos ellos la estocada final. Empecemos por no volver a votar por ellos, ya que somos nosotros los que les dimos el poder para hacer y deshacer en el Perú, y es momento que ese poder se les acabe. Tampoco nos dejemos contar cuentos por Veronika Mendoza, Julio Guzmán, Barnechea, Acuña y muchos otros. Todos ellos han convivido con este sistema que durante años traicionó a nuestro país. Su lucha hoy es tardía e hipócrita. La bandera la deben lavar los que estén limpios. Y ellos,  del todo, no lo están.

Es momento que los peruanos tengamos una reacción que se manifieste en la vida política del país. Y eso no pasa únicamente por las protestas en las calles, sino por primero saber elegir mejor a quienes nos van a gobernar. El voto debe dejar de estar basado en el desinterés, la desinformación, los amiguismos y el clientelismo. Votemos informados, comprometidos y a consciencia. Empecemos a votar por propuestas y conociendo bien el perfil ético y profesional del candidato(a), y no por la cantidad de tapers que este nos puede llegar a regalar. Segundo, ejerzamos nuestra soberanía popular y salgamos a exigirle a los poderes del Estado que actúen con inmediatez, celeridad, transparencia y firmeza en esta crisis. Esperemos que la Fiscalía asuma su rol de persecución de los autores delictivos, investigándolos a todos, sin importar su cargo ni apellido. Seamos vigilantes de la actuación de los jueces del Poder Judicial que serán responsables de condenar o dejar en libertad a estos corruptos. Y, sobre todo, demandémosle al Congreso un trabajo de cooperación con el Ejecutivo para que la propuesta de reforma del sistema de justicia y la reestructuración del CNM no se pierda en medio de todo este caos.

  No podemos retrasar más nuestra participación en esta historia. Saquemos al Perú de su eterno laberinto para poder enrumbarlo hacia una era de progreso verdadero, esa que se alcanza con hombres y mujeres determinados por la justicia, la dignidad y la empatía. El momento es ahora, hagámoslo por las generaciones que ya nos dejan, para regalarles en sus últimos años una mejor sociedad, y por las generaciones que vienen, porque ellas juzgarán qué tan diferente fue su vida dependiendo de si fracasamos o vencimos ante toda esta oscuridad. Es ahora peruanos, hagamos que la generación del bicentenario sea recordada por la refundación de la República y no por sepultar lo último que quedaba de ella. 


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