El reciente escándalo de audios que
compromete a miembros de la Corte Suprema, el Consejo Nacional de la
Magistratura, congresistas y otros personajes, ha ratificado la existencia de
un sistema institucional que permite a los funcionarios públicos traicionar la
confianza del pueblo, saquear sus recursos y quebrar moralmente al Perú bajo la
fachada del Estado de derecho. Lastimosamente, en ello también se resumen las
últimas tres décadas de política en este país. La corrupción siempre estuvo
presente, pero hubo agentes que llevaron la decadencia hacia niveles de récord
internacional, como Alan García y el indultado Alberto Fujimori. En ese
sentido, la caída del régimen fujimontesinista en el 2000 debió significar un
antes y un después para la historia del Perú. Eso jamás ocurrió. El Gobierno de
Toledo tenía entonces un cheque en blanco para llevar a cabo importantes
reformas como la del sistema de justicia. Tenía el escenario ideal, con un
fujimorismo golpeado a raíz de la fuga de Fujimori y vladivideos que
demostraban la podredumbre moral del régimen caído. Pero Toledo era incapaz de
hacerlo. Primero, porque no sabía cómo, y, segundo, como el tiempo lo demostró,
porque él también era corrupto. Cometimos el garrafal error de creer que la
corrupción sólo apellidaba Fujimori, cuando ésta en verdad se encontraba en la
praxis de los falsos héroes de la democracia en quienes ingenuamente creímos.
Estos falsos héroes vinieron y
sobreviven hasta hoy, con diferentes discursos y caretas, con variadas
propuestas ideológicas, políticas y económicas. El personaje podía variar.
Fuese Toledo, Garcia, Humala o Kuczynski, el común denominador era el mismo: se
mantuvo el precario e ineficiente sistema de justicia y se reafirmó la
corrupción dentro de las instituciones. Y mientras estos traidores, esclavos de
la mitomanía y la codicia, recibían coimas de Odebrecht para sacar
contrataciones con el Estado, la señora K se hizo fuerte en los interiores del
país, en las narices de todos nosotros, y, con ella, se fortaleció a nivel
nacional la monstruosa organización política a la que conocemos como Fuerza
Popular, "la fuerza número uno" del Perú. Permitimos que Keiko y su
hermano Kenji se pasearan por todo el país corrompiendo la voluntad electoral
de nuestro pueblo, necesitado de verdaderos cambios, mediante entregas de
tapers, cocinas, aceite y arroz. Permitimos que hicieran campañas millonarias
con dinero mal habido y que nos contaran que se recaudó con cócteles. Nunca les
ganamos la guerra en el terreno social y político. Y es así como 16 años
después de la caída del fujimorismo, este volvió a ser mayoría en el Congreso
de la República.
El resto de la historia la conocen. La
corrupción nos ha herido en lo más íntimo que tenemos como colectividad, la
defensa de la dignidad humana y la búsqueda de justicia social. No hay ya honor
en el servicio a tu país, menos aún existe el deber patriótico y de honradez
que debería caracterizar la función pública. Todo eso muere cada día. Muere con
cada arreglo bajo la mesa, con cada Hinostroza negociando la sentencia del
violador de una niña, con cada Walter Ríos buscando un cargo para su esposa,
con cada Iván Noguera ratificando a un juez a cambio que le compren entradas
para su concierto musical, con cada Cervantes Liñan que ha mercantilizado la
educación universitaria creando una red de corrupción que llega hasta el
Congreso. Estamos infestados de su crueldad y su apatía. Estamos atragantados
de esta basura que se cobra víctimas en el mundo real.
La gente siente el golpe y el dolor se
va a materializar en protesta. Es por ello que la oportunidad que se nos está
brindando es única. Hace 18 años cometimos el error de no liquidar la
corrupción, que no se repita. Aprovechemos que la suciedad está siendo
ventilada para atacar estratégicamente a los corruptos. Desde el año 2000 el
fujimorismo no había estado tan debilitado como hoy. Los hermanos Fujimori están
divididos y ambos siendo investigados por presuntos delitos graves. La mayoría
naranja en el Congreso esta desprestigiada y se ha apuñalado así misma ante los
ojos de la opinión pública. Sin embargo, sería un error creer que, solamente
eliminando la influencia social y política del fujimorismo, el Perú se habrá
salvado de la muerte. Dado que ellos sólo representan uno de los tantos tumores de un cáncer
llamado corrupción que ya se hizo metástasis. Es por eso que debemos ser
cautelosos con el oportunismo político de algunas agrupaciones, de izquierda y
de derecha, que quieren aparentar ser impolutas, cuando fueron y siguen siendo
parte esencial del problema. La reforma genuina pasa por vencer a
toda la corrupción, sin importar su tinte político o ideológico. Sea el
fujimorismo, el alanismo, los caviares, la derecha indiferente o la izquierda
radical. Es el momento de reformar el Perú y darles a todos ellos la estocada
final. Empecemos por no volver a votar por ellos, ya que somos nosotros los que les dimos el poder para hacer y deshacer en el Perú, y es momento que ese poder se les acabe. Tampoco nos dejemos contar cuentos por Veronika Mendoza,
Julio Guzmán, Barnechea, Acuña y muchos otros. Todos ellos han convivido con
este sistema que durante años traicionó a nuestro país. Su lucha hoy es tardía
e hipócrita. La bandera la deben lavar los que estén limpios. Y ellos, del todo,
no lo están.
Es momento que los peruanos tengamos una
reacción que se manifieste en la vida política del país. Y eso no pasa únicamente por las protestas en las calles, sino por primero saber elegir mejor a quienes nos van a gobernar. El voto debe dejar de estar basado en el desinterés, la desinformación, los amiguismos y el clientelismo. Votemos informados, comprometidos y a consciencia. Empecemos a votar por propuestas y conociendo bien el perfil ético y profesional del candidato(a), y no por la cantidad de tapers que este nos puede llegar a regalar. Segundo, ejerzamos nuestra
soberanía popular y salgamos a exigirle a los poderes del Estado que actúen con
inmediatez, celeridad, transparencia y firmeza en esta crisis. Esperemos que la
Fiscalía asuma su rol de persecución de los autores delictivos, investigándolos
a todos, sin importar su cargo ni apellido. Seamos vigilantes de la actuación de los
jueces del Poder Judicial que serán responsables de condenar o dejar en
libertad a estos corruptos. Y, sobre todo, demandémosle al Congreso un trabajo
de cooperación con el Ejecutivo para que la propuesta de reforma del sistema de
justicia y la reestructuración del CNM no se pierda en medio de todo este caos.
No podemos retrasar más nuestra participación en esta historia. Saquemos al Perú de su eterno laberinto para poder enrumbarlo hacia una era de progreso verdadero, esa que se alcanza con hombres y mujeres determinados por la justicia, la dignidad y la empatía. El momento es ahora, hagámoslo por las generaciones que ya nos dejan, para regalarles en sus últimos años una mejor sociedad, y por las generaciones que vienen, porque ellas juzgarán qué tan diferente fue su vida dependiendo de si fracasamos o vencimos ante toda esta oscuridad. Es ahora peruanos, hagamos que la generación del bicentenario sea recordada por la refundación de la República y no por sepultar lo último que quedaba de ella.
No podemos retrasar más nuestra participación en esta historia. Saquemos al Perú de su eterno laberinto para poder enrumbarlo hacia una era de progreso verdadero, esa que se alcanza con hombres y mujeres determinados por la justicia, la dignidad y la empatía. El momento es ahora, hagámoslo por las generaciones que ya nos dejan, para regalarles en sus últimos años una mejor sociedad, y por las generaciones que vienen, porque ellas juzgarán qué tan diferente fue su vida dependiendo de si fracasamos o vencimos ante toda esta oscuridad. Es ahora peruanos, hagamos que la generación del bicentenario sea recordada por la refundación de la República y no por sepultar lo último que quedaba de ella.
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